Crítica.
"La mirada de Ulises" ["Τα παιδιά του Οδυσσέα", T. Angelopoulos - 1995]
“La mirada de Ulises” es una
película extraordinaria, y motivos no faltan. Dirige el fallecido Angelopoulos,
un hombre a quien muchos seguidores no pueden referirse en pasado, porque está
presente en el alma de los que se han enamorado de esas pequeñas miradas que ha
conseguido a través de un imponente manejo de cámaras, miradas que hablan por
sí solas, que describen, que sugieren. Miradas que se vienen multiplicando
desde los orígenes de la historia, plasmadas en las narraciones homéricas; o
desde los orígenes del cine, plasmadas en unas imágenes con apenas movimiento.
Miradas que no se consiguen solas: son producto de un viaje que debe hacerse
hacia algún lugar, sea cual sea el rumbo, para recogerlas, condensarlas y
mostrarlas al mundo. La película es grande, y lo es por eso mismo, porque
existe y es grande. No hay demasiado que hacer: puede gustarte o no. A mí me
encanta. A otros puede parecerles aburrida, monótona, y está muy bien. Es
larga, dura casi tres horas, pero si uno es capaz de conectarse emocionalmente
con un desgarrador Harvey Keitel (y miren que no es fácil “conectarse
emocionalmente” con ese actor: depende de él), lo acompaña en el viaje a través
del Viejo Continente, ese que ha recorrido de punta a punta un errante Ulises,
chocándose con seres míticos en su afán por regresar a la tierra de Ítaca, su
tierra, su origen.
En ese sentido, es
monumental. No es cualquier viaje. No es un viaje de Jujuy a La Pampa , es “el primer viaje”,
el primero que se recuerda en la actualidad (la edad oscura, es decir, la
primera mirada que llega hasta la civilización contemporánea), la primera
mirada vigente. Por eso no es casual que sea Ulises (u Odiseo, como también se
lo conoce, dependiendo de las traducciones) el ícono a partir del cual orbitan
todas las ideas presentes en el film. Va más allá de si hay referencias en la
obra (que las hay) del clásico de Homero, o de si el recorrido que camina el
protagonista coincide con el de Odiseo: tiene que ver con el origen. Así como
“El Regreso”, de Andrei Zvyagintsev, se empeña en el complejo retorno del hombre
(y en varios emprendimientos simultáneos), “La mirada de Ulises” narra varias
odiseas en una. A. El viaje introspectivo del hombre que busca su propio origen
(camina a través de los años, se cruza con amores y familiares, se reúne y
festeja con ellos en, ya que estamos, una de las escenas más espectaculares de
la obra). B. El viaje a través de la Historia del Cine, que comienza en Grecia con los
hermanos Manaki, y que es el motivo que expone el protagonista para justificar
su viaje (mas no el único, desde luego). C. El viaje a través de la Historia de los Balcanes,
al modo de Kusturica con su “Underground” (ganadora de la Palma de Oro en Cannes ese
año, mientras que ésta triunfó con el Gran Premio del Jurado y el Premio
FIPRESCI), aunque menos informal, como construcción histórica producto de la
evolución desde la antigüedad, con sus divergencias geográficas y políticas,
que confluyen en la catástrofe de la actualidad (La guerra yugoslava entre 1991
y 1995). Todo, bajo la niebla de una sociedad pervertida, que ha perdido la
inocencia. Niebla que implementa el cineasta, y que consigue un final
espectacular. En este caso, es el cierre perfecto para una obra monumental, con
un espíritu único. Si uno es capaz de subirse a ese barco y creer todo lo que
ve, distinguirá la complejidad de su interminable catarata simbólica, pero
también se asombrará con la simplicidad de lo humano: en los ojos de Ulises, de
Homero, de Harvey Keitel, de los hermanos Manaki y de Theodoros Angelopoulos,
productores todos de imágenes eternas; ojos excepcionales para ver el mundo
emulando la primera mirada.
Puntuación: 9/10 (Excelente)