Crítica.
[“Rebelle”, K. Nguyen – 2012]
Resulta que hubo vida más allá de “Cesare deve
morire” en el Festival de Berlín, y el recorte de películas seleccionadas a
competir por el Oscar a la Mejor Película
Extranjera, hizo que muchos nos diésemos cuenta de que habíamos dejado pasar
una de las propuestas más arriesgadas del año. Se trata de la canadiense
“Rebelle”, una dura historia que nos invade, siguiendo algunos de los
lineamientos éticos de “Incendies”, y enfocándose en un conflicto bélico en
algún lugar de África. En ningún momento del largometraje se precisa el espacio
y el tiempo, algo que puede complicar la percepción de una trama compleja en
sí: el hecho de que uno no pueda contextualizar los tristes acontecimientos que
se narran, la aleja del corazón de uno. Y a pesar de esto, es innegable el
poder de encantamiento que tiene un drama como éste sobre nosotros: es una hora
y media que cambia de escenarios constantemente, y que nos arrastra siempre a
un lugar interesante. Ya sea desde la primera transición (del drama al romance)
o desde la segunda (del romance al drama), hay algo que queda más que claro:
las palabras con las que Rachel Mwanza, intérprete protagónica, nos introduce a
su desafortunada historia, parecen ser un extraño hechizo que nos atrapa casi
de inmediato, como invadiendo nuestro cuerpo y luego revolviendo nuestro
espíritu.
Si resumimos el argumento como “la increíble y
triste historia de amor entre el mago y la bruja”, muchos pueden llegar a
pensar, y no los culpo, que estamos frente a un ejemplar de la más pura
fantasía. Alguno imaginará un unicornio dando vueltas al mundo, tal vez, porque
se trata de la primera impresión. Por desgracia, al menos para los fanáticos
del cine fantástico, no hay lugar para la magia. Y aunque la sociedad esté
atada a este tipo de creencias, sobra realismo, y del más crudo. “Rebelle” es,
en líneas generales, todo lo que alguna vez ha soñado Pablo Trapero de su
“Elefante Blanco”, que no sabe contar historias. Y lo digo, porque la
canadiense repara los errores de una obra fallida como “Elefante Blanco”,
haciendo hincapié en la naturaleza humana, en las emociones, en la ficción
(véase: rol de madre de una niña de catorce años, que le cuenta a su hijo una historia
antes de nacer, disculpándose con él, acostumbrándolo a un modo de vida
despiadado y cínico), y no tanto en que se vea u oiga bien, que dicho sea de
paso, es un hecho.
Un ritmo que jamás da lugar al aburrimiento, nos
guía a los lugares más recónditos y exóticos del África, región indeterminada
donde una organización guerrillera que recoge voluntarios y secuestra civiles,
se opone a muerte al gobierno de turno. Si vamos al caso, el que sea
indeterminada puede suponer una identificación con muchos de los movimientos
sociales antigubernamentales ocultos en selvas (sin ir más lejos, se me ocurre
uno de los más famosos en Latinoamérica, en la Selva Lacandona ), o en caso
contrario, puede suponer que al director no le interesa reforzar su obra como
crítica social específica, y sí demostrar su inagotable interés por la cuestión
humana, por los valores (la dignidad e integridad, la culpa y la redención),
donde la dureza de muchas de las angustiosas escenas que inundan este trágico
drama bélico, son un medio para simpatizar con el personaje principal, una
Rachel Mwanza que no puede describirse con palabras, ni con imágenes, ni con
cualquier cosa que exista en el universo. Su interpretación, de una infinita
emotividad, principalmente en el segundo tercio (vale aclarar que escenas como
las del gallo blanco merecen un elogio), es cosa de dioses. Una muchacha que
bien sabe cargar el Oso de Plata recibido a principio del año, ayudada por el
correcto guión y la impecable dirección de Kim Nguyen, quien demuestra que en
tiempos donde todo está dicho, las fórmulas pueden revertirse, el público
todavía puede sorprenderse, amargarse y asquearse, el cine puede renovarse.
“Rebelle” es una cosa de locos, una tragedia sobre la condena irreversible,
sobre la implacable violencia, y sobre las esperanzas por un mundo mejor. O al
menos, todo lo mejor que nuestras sociedades nos lo permitan.
Puntuación: 8/10 (Muy buena)