Crítica.
“Una aventura extraordinaria” [“Life of Pi”,
A. Lee – 2012]
¿Alguno recuerda “El tigre y el dragón”,
esa magnífica obra de arte de comienzos de siglo, con actrices como Michelle
Yeoh o Zhang Ziyi caminando sobre el agua? Ang Lee, su director, un simpático
taiwanés que se ha hecho muy popular en occidente al dirigir aclamados dramas
como “Secreto en la montaña”, parece ser sinónimo de “espectacularidad”. Aunque
no en todas sus películas use este recurso: después de todo, el drama de
temática homosexual mencionado previamente, poco tiene de espectacular en un
sentido estético, aunque cuenta con una profundidad que arrolla. “Una aventura
extraordinaria”, su nuevo trabajo, parece surgir como un nuevo referente de
“cine espectacular”, y más puntualmente, de “su cine espectacular” (aunque
contrariamente poco tenga de espectacular en un sentido espiritual). La
ambiciosa producción, que combina efectos especiales y mucho ruido, nos relata
la vida de Pi, un joven hindú a quien el destino ha puesto a prueba: lo ha
perdido todo, y se encuentra solo en el medio del océano, con un tigre llamado
Richard Parker. La odisea del naufragio da tela para cortar, ofreciendo una de
las numerosas capas que tiene la narración: la segunda, pero no la última, es
el testimonio del adulto Pi, relatando su aventura extraordinaria.
Es difícil no atender a la maravilla
técnica que acompaña la enrevesada experiencia narrativa (que le ha hecho
conseguir cuatro premios Oscar) cuando decenas de elogios preceden a esta
película: la mera creación de Richard Parker, el computarizado felino, merece
los aplausos. Es el equivalente al Gollum de “The Hobbit”: es decir, es lo
mejor de la película. Un gran trabajo que da consistencia al animal, elevándolo
a la categoría de personaje, y haciéndolo de lo más exquisito y complejo.
Reconozco que los efectos visuales no favorecen igualmente a otros aspectos del
film, como puede verse en la primera gran tormenta: lo artificial, y la
necesidad de un impacto tridimensional forzado, una constante a lo largo de la
obra, ensucian una prometedora catástrofe. Por lo demás, una musicalización
correcta de Mychael Danna y buenos efectos sonoros destacan en lo técnico.
Por otra parte, no puedo perder de vista
(sea positivo o no) que la acción propiamente dicha comienza pasados los
cuarenta minutos. Una estrategia arriesgada, considerando que todo lo anterior
es bastante mediocre. La introducción, que combina el absurdo, el humor barroco
y el puntapié inicial al rollo religioso, se toma demasiados minutos para gozar
de su propia grandilocuencia, de esa presunta chispa influenciada por “Forrest
Gump”, en principio, con banquito y anécdota fabulosa de por medio. Se dedica
la hora siguiente para hacer su “relato de un náufrago”, poniendo a prueba
nuestra credibilidad en algún que otro momento, para concluir en un sorpresivo
revés, que añade otra capa a la narración. Una capa inesperada y original,
dentro de lo que el cine nos tiene acostumbrados.
¿Qué es esto de una “nueva capa”? En
principio, propone un debate interesante entre lo literal y lo alegórico, lo
que obligará a más de uno a atar cabos (aunque el personaje del entrevistador
lo haga de manera explícita a la postre); luego, nos inunda con la cursilería
de su trasfondo religioso; y luego acaba. Sin más, en resumidas cuentas, hemos
sido testigos de una loca y por momentos artificial experiencia, que tal vez
sea una representación simbólica de algo mucho más sencillo y más cruel
(dejando al margen las escenas donde una hiena despedaza viva a una cebra a la
luz de la luna). Es un perverso pero ingenioso juego de imágenes (muchas de
postal), una ilusión mágica pero atrevida, un engaño que irrita y ofende, pero
que inevitablemente sorprende. Uno puede comprenderla como un ejercicio de
intenciones ocultas: un personaje que escoge la vía metafórica dada su
necesidad de creer en Dios o un director que escoge la vía pretenciosa dada su
necesidad de creer en que, de esa forma, su película ganará más dinero. Y vaya
que lo ha conseguido.
Puntuación: 5/10 (Floja)